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Se han escrito páginas y páginas acerca del Angliru y de todo lo que en él ha sucedido desde que la familia ciclista descubrió las pendientes que conducen al cielo. Desde siempre L´Angliru estuvo destinado a ser algo grande, lo único que faltaba era encontrar el momento apropiado para que todas las miradas se volviesen hacia él y descubriesen su personalidad. En el año 99, con la llegada de la Vuelta Ciclista a España, L´Angliru se convirtió en el coloso asturiano que consiguió que ciclistas consagrados en mil carreras echaran el pie a tierra. Desde ese momento se reinventaron unas cuantas metáforas. Lo que hasta la fecha se conocía como la subida a La Gamonal pasó a llamarse “L´Angliru, el Olimpo del Ciclismo”.

La Cueña Les Cabres, Cobayos y otros nombres habituales en la toponimia local pasaron a “formar parte de la leyenda del ciclismo nacional e internacional”, e incluso hubo quien situó el infierno a ras de asfalto.

En L´Angliru se hace posible el más difícil todavía. Las piernas y la mente entablan una batalla tan épica como la inclinación de la cuesta a la que se enfrentan. El 23,5% de pendiente de la Cueña Les Cabres rompe las piernas y pone a prueba la fortaleza mental del escalador más consagrado.

Aquí la palabra sufrimiento se hace cuerpo pero exige el alma. Como escribió Manuel Rivas: “Dios es humano, pero el ciclismo es inhumano. Desafía los límites del esfuerzo físico. Y exige una doma continua, sin la menor concesión, del propio cuerpo”. Está claro que en L´Angliru Dios mostró su peor cara. 1570 metros, 1255 metros de desnivel, una pendiente máxima de 23,5% y una longitud de 12,5 kilómetros. Esta es la realidad hecha cifras.

En todas las etapas celebradas hasta este momento en L´Angliru, 1999, 2000 y 2002, las condiciones meteorológicas no fueron muy buenas. La tierra asturiana mostró su carácter ante la atenta mirada de miles de telespectadores que siguieron la etapa desde la comodidad de su salón. Nada que ver con los aficionados que, bajo la lluvia y entre la niebla, abarrotaron las cunetas y tejieron un tapiz de banderas y pancartas. Esta es tierra de gentes y paisajes indómitos, y así se lo hizo saber a ciclistas y aficionados, que respondieron de manera ejemplar dando muestras de un saber estar merecedor del maillot amarillo de los campeones.

Pero no sería justo hablar del Angliru y mencionar sólo las gestas ciclistas. Otros muchos deportistas han encontrado en la Sierra del Aramo un campo de entrenamiento a cielo abierto que combina a la perfección el nivel de esfuerzo con la belleza propia de un Paisaje Protegido. Senderismo, escalada, travesías con esquís y otros deportes de montaña han encontrado el escenario perfecto en L´Angliru.

Cinceladas a golpe de aire y agua las laderas del Aramo han sabido esperar serenas su momento y lo han encontrado de la manera más elegante posible: simplemente estando. Así son las cosas de los dioses, una aventura para los humanos que un buen día descubren que tienen el paraíso al alcance de su mano.

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